Aporte de Quebec a mi carrera diplomática

Conferencia ante el Instituto de la Diplomacia de Quebec en ocasión del homenaje de despedida como Cónsul General

30 noviembre 2023

Alejandro Estivill

No puedo iniciar sin expresar mi mayor gratitud a la gente y al gobierno de Quebec. Han marcado mi vida para bien y me han dado mucho de lo que tengo hoy como persona.

Se me ha pedido que, con mi experiencia como Cónsul General de México y Decano del Cuerpo Consular por varios años, exponga lo que le significa a un diplomático hacer su trabajo aquí en Quebec. Quiero iniciar desde la perspectiva más general, tocar un pensamiento emotivo, quizá fuera de lo tradicional, sobre lo que las relaciones de México con Quebec viven actualmente y pasar a decirles lo que esta experiencia ha significado en mi vida personal.

Hace tiempo y debido a una tarea escolar, mi hijo aun pequeño tenía alguna vez que realizar una presentación sobre la profesión de su padre. ¿A qué te dedicas, papá? Soy diplomático. Y ¿eso qué es? Evidentemente, a él le era más difícil explicar mi profesión de lo que esto era para los compañeros, hijos de enfermeras, ingenieros, transportistas o programadores.

Le pedí imaginar el patio de juegos de su escuela. En él es necesario convivir, jugar a la pelota, crear equipos, pasar un buen rato, comer el almuerzo sin dificultades. Tú y otros niños lo hacen cotidianamente y tratan de tener los más amigos posibles para jugar, arreglar sus diferencias, participar en los momentos más atractivos del recreo y lograr que cada día, por todo ello, les vaya mejor.

Pues imaginemos que el patio es el mundo, y sucede que cuando en vez de niños hablamos de naciones, las cosas se complican un poco. Así que se requiere de unos intermediarios, unos mandaderos, que van de un lado para el otro, para que ayuden a platicar entre los muchachos del patio y a que la convivencia salga bien y que cada día sea mejor para todos.

Pero hay diferencias que hacen este juego difícil: imagina que los niños hablan muchas lenguas diferentes, nos sorprende lo variado de su talla, de su musculatura; cargan cantidades muy diversas de dinero en el bolsillo (a veces cargan una piedra); su edad no es similar y en su propio interior tienen voces e ideas muy diversas. Además, comparten vecinos obligadamente, no se pueden mover (más que en muy extraordinarias excepciones). No se pueden esconder en un rincón (aunque algunos lo intenten). Y lo más complejo: el juego en el patio es eterno (no hay momento de pasar a otra cosa). El recreo de juegos, platicas y jaloneos nunca termina y nunca terminará. Eso es el mundo y en él trabajan los diplomáticos.

Mi hijo no quedó satisfecho. Pero la metáfora me ha ayudado a hacer presentaciones sobre lo que ocurre en las relaciones de México con naciones del mundo.

Ser diplomático es un privilegio por las dimensiones de ese patio; a veces es incluso divertido. Y trabajar como Cónsul General de México en Montreal es un privilegio aún mayor. Este rincón, un poco frío del patio, vale mucho la pena.

Mi país considera la posición de cónsul aquí, en Quebec, como una de primer orden. Decidió desde 1931 que aquí debería llegar alguien con nivel de Embajador porque Quebec es una realidad nacional distinta. En aquellos años se pensaba que era, en definitiva, la puerta de entrada comercial a América del Norte y una puerta cultural donde la voz latina de México tendría mucho que decir y muchas puertas por abrir.

Cuando uno vive, como me ha tocado a mí, en este rincón nórdico, se siente de inmediato inclinado a pensar que, si bien he ayudado a que las relaciones de México con Quebec sean mejores, también ha significado una mejora especial para su persona. Eso nos da Quebec. Y esta bella provincia enseña mucho para ser mejor diplomático, aunque no parezca obvio.  

En ocasiones, los cambios de la vida, como saltos a un terreno desconocido, nos ofrecen los mejores logros. Diversos cambios políticos motivaron mi salida de la Embajada de México en Washington cuando estaba realizando un trabajo reconocido como “Acting Ambassador” ante Estados Unidos. Fue mi esposa la que, ante ese cambio, percibió que Montreal sería una buena opción para continuar. La cultura de raigambre francesa le era atractiva. Ella había estudiado en Francia y sentía una veta de contactos culturales por explotar. Nada más acertado.

Y lo fue por toda esa carga de latinidad e interés por la cultura (un saber vivir con profundidad humanista y con calidad intelectual) y porque la sociedad de Quebec obliga a reflexionar de la manera más profunda e informada sobre temas que hoy son trascendentales. Desde este rincón, hoy, hay mucho que decir a todo el patio del recreo donde conviven los jugadores del mundo.

Es una sociedad de origen bicultural (eso ya es bastante), con los orgullos sobresalientes de la lengua francesa y la cultura quebequense al centro. A ello se suman el alto número de inmigrantes de una muy amplia diversidad de orígenes. Aquí resulta trascendental el entendimiento a la migración, a la par de la tolerancia a las peculiaridades culturales, societales, económicas y simplemente humanas de otras comunidades “arrivantes” para que se integren a Quebec. Pero lo más importante: al menos aquí hay la mayor disposición a discutir cómo ser mejores ante ese mosaico porque Quebec cree que es mosaico lo enriquece. Y actúa así sin que Quebec deje de ser Quebec.

Eso provoca un alto nivel de debate.

Eso me motivó siempre a preguntarme ¿qué hace especial a Quebec al momento de abordar esos temas que hoy resultan tan relevantes y que, en muchos otras latitudes han dado pie a corrientes ideológicas preocupantes? Lamentablemente han dado pie a la polarización, las ideologías dogmáticas, la negación de las verdades y los avances científicos, a retrocesos en el progreso de derechos humanos, a la discriminación e incluso a graves casos de violencia como los que atestiguamos recientemente.

¿Qué hace bien Quebec y qué hace, en ese mismo tenor, en su relación con México?

En este lugar del mundo la fórmula ha sido dar la mayor fuerza posible al estado de derecho, al respeto a la ley, y a la búsqueda de un marco de entendimiento; pero adicionalmente, eso se acompaña de fórmulas ingeniosas, inteligentes, para incluir e integrar, hacer parte del gran proyecto quebequense al que llega, al que invierte, al que busca una oportunidad de trabajo, al que innova, incluso al que viene a estudiar.

Esa legalidad es la llave para construir certidumbre. En Quebec esa llave está muy presente y todo Canadá es un lugar deseoso de certidumbre. A veces de manera exagerada porque se dice que los canadienses lo prevén todo y tienen animadversión al riesgo. (Es cierto. Los fondos de inversión para nuevos proyectos en Canadá provienen principalmente de fuentes gubernamentales. Los privados se tardan mucho en invertir y arriesgar. Todo se consulta… y muchas veces. Aquí se prefieren los planes piloto que los compromisos de largo plazo. Canadá tiene una cultura muy desarrollada de los seguros, eso sustenta un valor enorme de la previsión. La previsión bancaria ha convertido al país en un ejemplo de cumplimiento de normas para dar la mayor solidez a sus bancos. Incluso, intentar como diplomático una agenda sin el suficiente tiempo de planeación provoca que la gente de acá reacciones diciendo: “¿me convocas a una reunión dentro de dos semas? ¿No pudiste planearlo más y alertarme unos meses por adelantado?)

Pero ese valor de la ley y la certidumbre se acompaña de algo tan importante y cercano a la idiosincrasia de Quebec: impulsar siempre acciones creativas, innovadoras y explícitas para construir nuevas oportunidades y no dejar a nadie atrás. Eso es una gran lección para muchos otros problemas en muchas otras regiones cuando el mundo está tan peliagudo y polarizado.

Si bien esto es un mensaje general, para un mexicano, las similitudes, las enseñanzas y las posibilidades de trabajar en ese marco y en los temas trascendentes que interesan a Quebec y a México se abren de manera sorprendente. Reitero entonces que mi esposa no pude elegir mejor lugar.

Piensen un momento en lo que es México: el gozne de todos los grandes debates. No creo que haya un tema de alta importancia, resultado de tensiones actuales entre posiciones diferentes, donde mi país no tenga algo que decir con su talante amistoso, tolerante y constructivo:

Por ejemplo, el debate migratorio. México lo vive y lo maneja de manera muy constructiva en la intensa, compleja pero muy constructiva relación que se tiene con Estados Unidos. De manera similar México tiene algo que influir ante tensiones como la que existe entre países en desarrollo en su relación con países desarrollados. México está en ese gozne. En la tensión sobre la cultura latinoamericana con la anglosajona; en la revaloración de las enseñanzas autóctonas por la riqueza de nuestros grupos prehispánicos en su relación con las sociedades industrializadas (México es el país de las poblaciones autóctonas con 69 lenguas diferentes, publicación de libros en 16 de ellas y la búsqueda más denodada por salvar sus saberes, sus ontologías, sus valores culturales que a todos enriquecen).

México está igualmente en el centro del debate respecto de la importancia de que un país en vías de desarrollo sea parte del acuerdo comercial más grande del mundo, el norteamericano, CUSMA, y rechazar con firmeza el proteccionismo. Una parte medular de lo que significó la transición desde NAFTA hasta la firma del CUSMA se logró con reuniones, análisis, acciones de grupos productivos en México y aquí en Quebec y aprovechando los muchos puntos de confluencia entre nuestras naciones. Y eso ocurrió, lo aprecio mucho, durante mi gestión como cónsul general de México en Montreal.

El debate entre apertura comercial y proteccionismo, preservando peculiaridades culturales, cuidando sectores sensibles, pero fomentando la competitividad internacional es algo donde Quebec y México están en el mismo lado de la mesa. Hemos aprendido a trabajar juntos.

En México se vive la tensión de fuerzas diferenciadas entre zonas con muchos atrasos socioeconómicos que requieren apoyo para no quedar a la zaga de otras partes de mi país que se han subido al tren de la modernidad con las exigencias que implica ese tratado de libre comercio. Estamos trabajando en ello y, con su ejemplo, Quebec nos ayuda.

Inclusive voy más lejos, el debate más trascendental actualmente sobre nuestra relación con la naturaleza atraviesa por la electro-movilidad y ha abierto para México y Quebec una nueva agenda única que apenas estamos empezando a explorar. Por la construcción de baterías, la presencia de litio, la capacidad tecnológico con la electricidad y la fuerza manufacturera, México y Quebec son claves en la electrificación del transporte en América del Norte.  

Se que México y Quebec abordarán con ese espíritu un nuevo tema apremiante que tiene que ver con la falta de mano de obra y los programas y mecanismos que tenemos que lograr para que la presencia de trabajadores temporales en la provincia sea en términos de legalidad, dignidad y con toda la posibilidad de adecuada integración que requerimos para su éxito. Es un tema difícil pero sabremos atenderlo.

Y entonces, cuando pensamos en esa lista, encontramos que hay similitudes sorprendentes con lo que se discute en Quebec y también enseñanzas en la forma de abordarlas por vía del binomio: certidumbre con legalidad y acciones creativas para generar equidad. Creo que atender ese gran listado de similitudes con esos principios fue mi trabajo como cónsul en Quebec.

Y nada sería más formativo que eso.

Además, la época que me ha tocado vivir acá contempló en desafíos únicos: La pandemia del Covid 19 será una severa marca en nuestra historia y en definitiva una fuerza transformadora de nuestro mundo. Tuvimos que trabajar de diversas maneras creativas dando certidumbre a visitantes, a trabajadores temporales agrícolas, a mexicanos varados en Canadá… Hasta tuve la “locura” de convertir el espacio cultural del consulado en clínica de vacunación y funcionó: más para los alumnos de origen chino de McGill que andaban por la zona que para los mexicanos, pero funcionó.

Y tuve el honor, como decano del cuerpo consular, de contribuir a la difusión de las medidas entre mis colegas para que todas las comunidades de diverso origen pudieran estar informadas y alineadas con lo que enfrentábamos. Eso se expresa con el establecimiento del mural de agradecimiento cuya realización me tocó coordinar, dedicado a las enfermeras, doctores y personal hospitalario. Está en las paredes del Hospital Judío de Montreal como regalo de los cónsules a la ciudad y como símbolo de esta fórmula que tanto repito. El mural encierra esta verdad: tuvimos realmente que actuar con reglas que dieran certidumbre y con acciones de creatividad y humanidad que no dejaran a nadie a la zaga.

Lograr que muchos mexicanos regresaran durante el estado de emergencia fue una tarea que requirió mucha inventiva, pero más energía se necesitó para preservar activo, durante ese periodo, el Programa de Trabajadores Temporales Agrícolas, un emblema entre nuestros dos países. Había de dar, justamente certidumbre a esos trabajadores para poder llegar. Hubo complicaciones y falta de respuesta canadiense, pero pronto recibí el apoyo del Ministerio de Relaciones Internacionales y Francofonía de Quebec, con la ministra Nadine Girault. Ella emitió una carta que fue clave para detonar las garantías iniciales. Se comprometía a que todo trabajador temporal agrícola tendría, sin excepción, cobertura y atención médica en Quebec ante un caso de Covid 19. Eso provocó flexibilidad en otras provincias y en el gobierno federal. Poco después, Quebec me ayudó a que se instalaran clínicas de vacunación en el aeropuerto que funcionaron por dos temporadas y, con creatividad, dieron certidumbre a un programa que está por cumplir 50 años y es clave para la producción de alimentos en este rincón del patio de juego que es nuestro mundo.

Hay muchos ejemplos más de lo que fue mi trabajo como cónsul, como la primera Ventanilla de Salud de un consulado en Canadá, donde orientamos a hispanófonos que no entienden bien el sistema quebequense y requieren consejos en salud preventiva y en salud mental. También hicimos la primera Ventanilla de Asesoría Financiera, esencial para que los mexicanos que vienen a trabajar tomen decisiones más acertadas y puedan aprovechar mejor, ellos y sus familias, el producto de su trabajo.

Hemos establecido también la primera Plaza Comunitaria donde los mexicanos pueden concluir, a la par de su francización, sus estudios incompletos de la escuela elemental, la secundaria o la preparatoria de México.

Pero me corresponde pasar ahora la parte más personal. Yo y mi familia también crecimos en ese espacio íntimo que es el de los sentimientos, los gustos, las aptitudes.

Para un diplomático, venir a Montreal es un privilegio (ya lo dije), y a pesar del frío, muchos en mi país desean la oportunidad de desarrollarse aquí. Y me pregunto qué es lo más atractivo para una familia de este rincón del patio de recreo como para trabajar por su éxito y el de nuestros países.

No es solo porque el nivel de vida es alto, porque los servicios funcionan o porque los restaurantes son extraordinarios y Montreal compite por ser una de las ciudades con mejor comida, ambiente de gran acogida para estudiantes, espacio donde los mejores espectáculos de música, circo, teatro, literatura, etcétera tienen lugar. No es solo porque tienen un festival de cualquier cosa que pueda imaginarse: música, murales, cultura africana, jazz, barroco, putin, actividades agrícolas; únicamente falta un festival de arquitectura. Es nuevamente porque el nivel del debate para motivar nuestra mente y nuestros sentimientos es profundo y enriquece a cualquier visitante que intente penetrar en él.

La pluri-culturalidad de Quebec, su vida dinámica y, la forma en que rejuvenece a cada instante las raíces que dieron identidad a esta tierra (sus múltiples orígenes) es algo que te mantiene despierto. Te mantiene la razón motivada y el corazón encendido. Toca el pensamiento y también el alma.  

Y es así, no porque Quebec tenga una respuesta a los dilemas, sino porque no la tiene (nadie la tiene; soberbio el que diga hoy que tiene las respuestas); Quebec es tan grato porque busca encontrar las pautas para que todos, sin excepción, dentro de este rincón del patio de juego puedan pensar, preguntar, explorar e intentar resolver una vida de felicidad. Eso es lo que hace diferente a Quebec y por ello Quebec no deja de discutir sus temas con vehemencia.

Hay mucho que aprender de este lugar: sí. Un país como México puede concebir que se pueden hacer transformaciones en paz y con consenso… y lo estamos haciendo. La misma “Revolución Tranquila” de acá, de Quebec, y la forma en que cada elemento de modificación de sus leyes y prácticas sociales es siempre el resultado de consensos y promoción de la democracia en Quebec es materia de admiración… y eso lo hacemos también en mi país frente a asuntos que por igual son del interés de Quebec: grupos indígenas, formación de capital humano, impulso a los jóvenes, la mujer, las minorías, la transformación de la manufactura, el nearshoring, la producción de implementos médicos, la agroindustria, el desarrollo de una fuerte y amigable industria aeroespacial. Todo eso.

Pero creo por encima de ello que la gran coincidencia es que Quebec es tierra de creatividad, de artistas, de gente que hace conexiones múltiples entre su valor como individuo para dejar una trascendencia y valores colectivos para asegurar que la sociedad a la que se pertenece y el mundo en el que estamos sea mejor, un poco mejor, cada vez. Eso también es México.

Pongo un ejemplo que ha sido impacto grande en mi vida y que muchos quebequenses desconocen: el mejor artista del mundo en el ámbito del arte vinculado a la tecnología es un Mexicano-canadiense de Montreal. Se llama Rafael Lozano Hemmer. Gran amigo. Ahora está en Abu Dabi instalando luces en una isla que cruzarán el firmamento, captarán rayos del universo para cada persona que manipule esos rayos y harán que el mundo entero diga “Wow”

Su arte es la vanguardia de lo que un individuo puede soñar al ser creativo; su arte es por igual un golpeador de conciencias para que entendamos al otro y a los grupos que pertenecemos. Invoca que nos comuniquemos con ese otro ser humano que está en algún lugar. Su arte hace que queramos ser miembros de la comunidad de naciones, de este patio del recreo del que he hablado. Lozano Hemmer, sólo como un ejemplo, provoca la interacción con sus haces de luz, sus bocinas, sus algoritmos que modifican, por ejemplo, las imágenes de seres humanos que fueron víctimas y que él hace que nos hablen en muchos momentos. Es simplemente fantástico. Y por qué puede hacer todo eso: porque aquí encontró la certidumbre que le da un equipo tecnológico, una base legal para el financiamiento de sus ideas (que por cierto son carísimas), y por igual encontró un espacio de latinidad y de voluntad para ser creativo y que no todo se quede en ese “hardware” de posibilidad y se complemente con el “software” del talento humanista que lleva dentro.

Y entonces pienso que nada ha sido más satisfactorio para mí y mi familia que el enorme cúmulo de acciones de orden cultural que he podido impulsar entre México y Quebec. Y Stephanie Allard, tan perfeccionista como es ella y tan capaz, me derrota porque la Delegación General de Quebec  en México ha hecho más en términos de presencia cultural quebequense en México de lo muchísimo que hemos hecho nosotros. Pero eso solo recae en el mismo concepto que he tratado de marcar aquí: en esta relación, en lo más íntimo de mi corazón, se encuentra la capacidad de compromiso, de certidumbre, de legalidad, de gente que “means what they say” para hacer proyectos, a la par de corazones que se lanzan al terreno vacío de la creatividad para intentar.

Hoy, yo y mi familia somos un poco mejores, y lo somos gracias a Quebec. Y somo mejores gracias a que vivimos cómo el Instituto Cultural de México se fue haciendo parte de los grandes festivales de Montreal dándonos la oportunidad de conocer a los quebequenses de esos festivales, porque el Día de Muertos ha pasado a ser, palabras de la Directora Ejecutiva del Consejo de Artes de Montreal, “parte esencial de la agenda cultural de la ciudad” y los quebequenses nos conocen entonces mejor a nosotros.

El año próximo vendrán aquí lo Olmecas como estuvieron los Aztecas con grandes exposiciones, pero lo que importa es que, en la parte más emotiva de nuestro ser, hemos encontrado que con Quebec hay razón y espíritu, hay certidumbre que da la estabilidad para planear y hay el atrevimiento creativo para realmente hacer los proyectos tan grande y tan íntimos como queríamos.  

Si me despido de Montreal (la verdad es que nunca me voy a despedir  y ya soy parte de esto y mi familia está vinculada a este rincón del patio por siempre), lo hago con la conciencia de que también hice todo para que la gente a mi alrededor estuviera siempre un poco mejor. Parece algo elemental, pero ha sido mi satisfacción. Es con ello con lo que quiero cerrar ante ustedes y donde doy más valor mi experiencia en Quebec.  

México y Quebec en su relación son un poco mejor porque la gente de ambas sociedades se siente un poco mejor, las instituciones que se vincularon son un poco mejores al dialogar entre ellas y el personal del consulado, al que le doy y daré todo mi agradecimiento, también está un poco mejor.  Aumentaron sus sueldos, se encontraron estructuras de trabajo más eficientes y en lo humano, ellos se enriquecieron. 

Así es también para la comunidad mexicana en Montreal que está actualmente creciendo de manera muy importante. Ahora, esa comunidad está un poco más unida, trae grandes expresiones artísticas a esta tierra, se incorpora a sus fuentes de trabajo. Los atendemos un poco mejor con jornadas sabatinas y consulados móviles en Quebec City y en las Provincias Atlánticas. ¿Hubo mejoría para ellos? Creo que sí.

Bueno, en fin, hasta fui mejor para manejar en las carreteras en invierno, entender cómo se maneja la calefacción con eficacia. Lo único que no pude fue esquiar un poco mejor. Sigo siendo un desastre. Mi esposa también.

Aquí está el meollo de esta historia. Sobre todo, mi familia es un poco mejor gracias a haber vivido acá. La fórmula de esta tierra, con certidumbre y atrevimiento, con legalidad y aventura, con razón y pasión, cautivó también a mi hija. Desde que mi hija habla como quebequense y puede iniciar una frase en francés, pasar al inglés y terminarla de nuevo en francés, me doy cuenta plásticamente de lo mucho que esta tierra le ha dado.  

Ella se quedará acá. A estudiar y quizá a hacer una vida. Le dejo lo mejor de mí a Canadá. No lo haría si no amara esta tierra y si no creyera que hay algo que debe enorgullecer a todo habitante de Quebec y, más aún, a los diplomáticos de esta gran nación. Hay algo que tienen aquí, en el alma, como para que uno les confíe a sus hijos.

En un mundo muy turbulento, en un mundo lleno de desafíos que invitan al desmayo, Quebec enseña a seguir pensando, a no soltar los valores de la certidumbre, la claridad, la legalidad, a la par de la tolerancia, el humanismo, la cultura y la creatividad para saber vivir. Si yo fuera un quebequense me sentiría orgullo de que mi forma de ser; y de que mis peculiaridades tienen mucho que aportar. Algunos que convivimos con ustedes nos sentimos tocados, maravillados y apoyados para salir con ánimo a decir que sí, que hay soluciones, que tomará tiempo influir con esos valores, pero que hay disposición para comenzar el diálogo abierto para proponer y que podemos trabajar.

En el futuro seguiré trabajando como diplomático y les puedo asegurar que lo haré con un poco del sabor, el tono y la esencia de lo quebequense… algo que me llevo conmigo y que es motivo de mi mayor agradecimiento a todos ustedes.